TOMAS EL LEÑADOR
TOMAS EL LEÑADOR
Erasé una vez, en algún lugar en el tiempo, cuando los hombres, todavía convivían en armonía con los elementos. Vivía un leñador llamado Tomás, al cual los años y el esfuerzo diario le habían ido blanqueando el pelo y curvando su robusta espalda.
Tenía Tomás por costumbre, levantarse temprano para cortar leña y regresaba cada día justo cuando la luna despertaba mimosa a última hora de la tarde.
De camino a casa, para no sentirse tan solo en su caminar, solía entablar un diálogo ficticio con la luna, comentándole, como le había ido la jornada, le contaba sus preocupaciones, y cuando no sabía de que hablar se inventaba alguna historia para tenerla distraída, y así el trayecto parecía más corto y la carga más ligera.
Lo que no sabía Tomás, es que la luna lo escuchaba con atención y estaba ansiosa por oír sus historias. Porque con el tiempo le había cogido cariño al viejo leñador.
Una tarde de febrero, más fría de lo habitual, sintió Tomás que sus fuerzas flaqueaban, y sus años pesaban ya demasiado, para el trabajo que todavía le quedaba por hacer. Se sintió extenuado y con un gesto suplicante miró hacia su amiga celestial y le dijo:
-Luna, te lo imploro, ya no puedo más, estoy ya muy viejo y este trabajo es demasiado duro para mi, BAJA Y TRAGAME.
La luna que lo contemplaba y escuchaba como había hecho siempre, bajó lentamente y lo abrazó, llevándoselo hacia su lugar en el cielo.
Desde aquel día se hace mutua compañía el uno a otro.
Si te fijas bien, las noches de luna llena podrás observar la sombra del leñador con su hacha y su haz de leña, como le cuenta historias a la luna.
Este cuento me lo contaba mi padre cuando yo era pequeña, y siempre me fascinó hoy lo he reescrito para el, el mejor contador de historias que nunca he conocido
Evaglauca
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