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SOÑANDO CON HADAS

EL JARDIN DE LAS MANDRÁGORAS

EL JARDIN DE LAS MANDRÁGORAS


CAPITULO I


En el centro de un espeso bosque de eucaliptus se hallaba el hogar del ser más bello y temido de todo el condado.
Las paredes ,oscuras por el humo de las velas y el hogar donde siempre bullía un puchero con algún bebedizo para paliar dolencias tanto del cuerpo visible como el intangible,le habían hecho ganar a Jimena el sobrenombre de la Bella hechicera.
Los lugareños la apreciaban tanto como la temían. Aunque siempre se mostró amable y solícita ante cualquier consulta dando solución con sus elixires a casi todos los problemas, hubo alguna persona que no desaprovechó su aspecto reservado y distante para crear falsos rumores, puesto que la belleza de la que era poseedora desencadenaba un sentimiento de envidia y celos, propios de aquellos seres que, esclavos de su propia mezquindad, no soportan la competencia.
Aunque no ignoraba las calumnias que la tildaban de bruja ni era ajena al riesgo que esos falsos testimonios entrañaban, sabía que no corría ningún riesgo, puesto que a más de una Dama le proporcionó las gotas necesarias para deshacerse de molestas semillas venidas del Señor equivocado, así como algún caballero le otorgó con dos simples hojas de su jardín el poder de amar sin tregua a varias Damas durante toda una noche.

Lo que más le gustaba a la Bella Hechicera era cuidar de su jardín, un espacio rectangular acotado por pomos de menta, hierbabuena y mejorana dispuestos de modo estratégico para mitigar el hedor de su gran tesoro: setenta y siete filas de mandrágoras. Ése y no otro era el lugar donde ella se sentía más cómoda. A pesar de que las hojas eran anchas y muy rugosas, las manos de Jimena se habían acostumbrado a su áspero tacto, así como su nariz ignoraba sus flores malolientes y campaniformes. Todo era perdonable, porque contemplar el florido y particular terreno a la luz de la luna llena era un espectáculo inexplicablemente bello a la par que mágico. Las pequeñas mandrágoras parecían cantar a la luz de la reina de la noche, ofreciendo una serenata única e inaudita sólo apta para los oídos y los ojos que sabían y podían apreciarlo.

Cierto día, a la hora que las estrellas palidecen y el sol se despereza, mientras preparaba un ungüento para las agrietadas manos del viejo herrero, se le cayó al suelo el frasco donde guardaba la esencia de jengibre. No quiso dar mucha importancia al incidente, pero no dejó por ello de sentirse inquieta.

Todo sucedió tan rápidamente que no tuvo tiempo de reaccionar: el volar ruidoso de las aves, seguido del estruendo de un caballo al galope. Cuando quiso darse cuenta, tenía una daga en el cuello y un salvaje encima, abriéndose paso entre sus ropas y su sorpresa.
No sabe por qué la dejó viva, aunque nunca olvidará la mirada de aguamarina helada que atravesó sus ojos negros y su alma. Cuando pudo ponerse en pie no quedaba ni rastro del jinete ni de la montura, sólo la amarga sensación de haber sido tomada por un ser oscuro, y triste.
Dos semanas más tarde tuvo la certeza de que el desafortunado encuentro no sólo torturaría sus recuerdos, si no que crecía dentro de su ser. Podría haberse deshecho de esa simiente gris en un abrir y cerrar de ojos pero decidió que sólo es malo lo que se juzga y sentencia sin dar oportunidad de defenderse. Con la luz, el agua y los cuidados necesarios, hasta la planta más fea puede ser hermosa cuando florece, y además ella quería una nueva jardinera que le ayudara a cuidar del bello y misterioso Jardín de Mandrágoras.


Evaglauca

1 comentario

Arual -

¡Qué bonito!
Sigues sorprendiéndome...podrías alargar esta bella historia y hacer una interesante novela con caballeros, batallas, hogueras, muerte, y claro está, amor y sexo...Si te lo piensas y lo haces, aquí tienes tu primera compradora. Un abrazo de "brujilla"