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SOÑANDO CON HADAS

EL JARDIN DE LAS MANDRAGORAS

CAPITULO VII

CAPITULO VII
No entendía la amabilidad de su improvisado cuidador, ni la curiosidad que despertaba en ella.

Ella sabía de sobra que cuando la necesidad de saber se le colaba por el cuerpo, no podía dejarla a un lado. Tendría que averiguar, el ¿por qué?, de sus conocimientos en emplastos y elixires, la razón por la cual su voz sonaba joven, pero daba consejos, que pesaban como los que esconden en sus corazones los ancianos. Le aterraba descubrirse inspirando el aire, intentando encontrar esa nota de terciopelo y bosque que emanaba de él, mientras le curaba la herida.

El disfrutaba de la presencia de esa bella mujer, le recordaba su niñez, cuando era libre y junto a su madre recorría los pueblos, ofreciendo ayuda a las parturientas, atendiendo a todos aquellos que se acercaban a su carreta. Tiempos en los que vivir no tenía otro precio que decidir que puente cruzar o cual dejar atrás.

Llegó el día, en el que él le quitó en vendaje, y decidió que el aspecto de la herida era lo suficientemente bueno, como para quedar descubierta.

A Jimena las fuerzas ya no le flaqueaban, se levantó para salir a respirar el aire del camino. No pudo impedir que Unax le acompañara. Mientras sus pies recorrían el camino, la charla se convirtió en un interminable interrogatorio, que no hacía más que alimentar la curiosidad que ambos sentían.
La tarde estaba llegando a su fin. Calentaban en el fuego lo que iba a ser su cena, y sin poder evitarlo llegó el momento de hablar de mañana.

-Al amanecer llegaremos a la aldea, conozco a una buena mujer, que no tendrá ningún reparo en darte cobijo mientras decides qué hacer, además es partera, tus conocimientos le serian de gran ayuda.

-No estoy muy segura, de que sea una buena idea. No tengo por costumbre estar bajo un techo que no sea el mío, ni tampoco a que nadie se tome tantas molestias en organizarme la vida.

-Podrías intentarlo hasta que nazca la criatura. No sería prudente embarcarse en un largo viaje después de tu convalecencia. No te sientas obligada, solo te digo que te lo pienses.

-Lo pensaré.

Un silencio denso se apodero de la noche tiñendo de desesperanza, el corazón de Jimena y de desasosiego el alma de Unax.

Evaglauca

CAPITULO VI

CAPITULO VI

Tambaleándose, la mano sujetando una  brecha que no dejaba de sangrar, se dirigió hacia el amasijo humeante de los restos de su casa.

Cayó de rodillas, con la desolación desorbitando una  mirada  que intentaba centrarse en algún objeto que salvar de la quema. 

Un puchero, retales de lo que antes habían sido dos vestidos, reposaban en su  regazo de modo casi opresivo, porque  sin darse cuenta sus manos los apretaban  inconscientemente, fuerte, muy fuerte, como intentando llenar el vacío, que la dantesca visión le  provocaba.    

El sol empezaba a ceder espacio a la luna, cuando movida por la inercia de la costumbre se giró hacia lo que antes había sido su jardín. Una punzada de ilusión la hizo avanzar hacia una esquina. Estaban allí, cinco de sus mandrágoras habían  logrado sobrevivir, las cogió con mimo y las envolvió en las ropas metiéndolas en una improvisada maceta puchero.

Se dirigía hacia el pozo, para humedecer la tierra y las ropas que ahora protegían su bien más preciado,cuando sus fuerzas flaquearon dejándola tendida  en el camino como una muñeca de trapo.

Los primeros en despertar fueron sus oídos,  no reconocían el  traqueteo regular de los cascos de los bueyes, entonces  la  vista acudió en su ayuda, pero un trapo húmedo
que iba de su frente hasta su nariz no le dio  muchas pistas, aunque reconoció enseguida el olor del emplaste que se encargaba de cicatrizar la herida de su cabeza.

  Empezó a moverse  intentando incorporarse,  cuando una voz firme le dijo;


-Yo de  ti no haría eso, llevas durmiendo casi cuatro días y la fiebre cesó ayer.

- ¿Dónde estoy?

-En una carreta, que se dirige hacia el monasterio del pie de la montaña, soy el encargado de suministro de los monjes.

-¿los monjes, me llevas al monasterio?


-Podría haberte dejado en medio del camino, pero no me pareció muy cristiano.

-¿Cristiano?,  ¿eres monje?

-No soy de esa clase de monjes, que tildarían de bruja a una mujer encontrada en medio de un camino con unas mandrágoras como único equipaje. El emplaste que llevas en la frente me lo enseñó a hacer mi madre,  eso tampoco creo que sepa hacerlo el tipo de religioso que imaginas. Y ahora reposa, pronto llegaremos a nuestro destino,  y entonces tendrás todo el tiempo que quieras para saciar tu curiosidad.

No iba a rendirse, no pensaba ir a ningún monasterio, pero no dijo nada, pensó que cuando estuviese mejor nada ni nadie la podrían retener.

Evaglauca



 

CAPITULO V

CAPITULO V

Salió corriendo de la casa, tenía que tomar un poco de aire, la tensión le golpeaba las sienes, el estómago se le había encogido de pura rabia, esa maldita mujer iba a volverlo loco, se le había colado en los sueños y ahora le anunciaba que iba a traer a este mundo a una niña.



No era la primera vez que le comunicaban la paternidad de un hijo bastardo, pero esta vez no había lágrimas, ni ruegos, solo odio, un odio que quemaba en los ojos de ella y que se le colaba directamente en las entrañas.



Y de esas entrañas surgió la ira, una ira desbocada que dominó todos y cada uno de sus impulsos, igual que esos animales a los que daba caza  acorralándolos con  una jauría sedienta de sangre.



Montó en su negra y fiel yegua  y ante una atónita  Jimena, se dirigió hacia la parte de atrás y sin que ella pudiese evitarlo, saltó la valla  pisoteando sin tregua sus preciadas y amadas mandrágoras. De nada sirvieron los gritos ni el intento desesperado de derribarlo de su montura, puesto que se deshizo de ella, con un certero golpe de  maza que la dejó tendida en el suelo.



Despertó en medio de un charco de sangre, una sensación de ahogo  provocada seguramente por el humo que salía de una montaña de cenizas y escombros, era todo lo que quedaba de su hogar. Pero lo que hizo que unos surcos de sal corriesen por sus mejillas, fue la visión del terreno que tenía ante sí, un revuelto de tierra hojas y bulbos ocupaba el lugar de lo que antes había sido un bello jardín de Mandrágoras.


Se levantó como pudo,  con las fuerzas mermadas por el golpe y la pérdida de sangre se dirigió al pueblo para pedir ayuda, jurándose que aquel acto infame no quedaría impune,  que no descansaría mientras le quedase liento, hasta encontrar a ese maldito cobarde y arrebatarle todo como había hecho con ella.


Evaglauca

CAPITULO IV

CAPITULO IV CAPITULO IV

Entró en casa y se tumbó encima de la cama al lado de la lumbre, perdió la noción del tiempo desenmarañando todos los sentimientos encontrados que correteaban por su cabeza, decidiendo que la mejor manera de poner orden a todo, era olvidarse por instante de ello, así que se dirigió a su lugar favorito. Abrió la puerta y se puso los zuecos antes de adentrarse en su jardín, arrancó las malas hierbas al mismo tiempo que desterró el miedo de su alma, estaba tan imbuida en sus quehaceres, disfrutaba tanto notando la tierra entre sus dedos que no se dio cuenta de que seguían observándola. Atusó con mimo sus mandrágoras como si fuesen pequeños felinos prendidos en la tierra, alineó los parterres hasta que la luna curiosa dio las primeras puntadas a la noche.

Al entrar a casa no lo vio pero pudo olerlo, estaba justo detrás de la puerta, cerrando cualquier posibilidad de huida. Respiró hondo, y se giró, sus ojos se encontraron. Pudo verlo perfectamente.

-¿Qué haces aquí?-le espetó en un tono desafiante.

El como toda respuesta la agarró con un movimiento rápido y contundente de su larga melena obligándola a alzar la cabeza y empezó a oler su cuello como lo hace un lobo siguiendo el rastro de su presa. Emitió una especie de gruñido antes de decir.

-Maldita seas no me temes, ni tus ojos ni tu piel delatan el mínimo miedo.

-Tu lo as dicho no te tengo miedo, simplemente te odio.

Al oír su respuesta, bajó el brazo, obligándola así a agacharse a la altura de sus botas.
-Podría matarte aquí mismo mujer, así que sujeta tu lengua.

-Si quisieras acabar conmigo, lo habrías hecho nada más cruzar el dintel de esa puerta, así que déjate de rodeos y dime que quieres de mi.

-Eres una maldita bruja y deberías arder en el infierno, sabes perfectamente que es lo que quiero.

-Ah si- contestó Jimena girándose, puesto que el la había soltado haciéndola caer de bruces en el suelo-.Quieres esto, y levantándose la falda hasta la cintura volvió a clavar sus ojos en los de el.

Se abalanzó sobre ella, aunque después de poner sus manos el los pechos de la hechicera se retiró hacia atrás.- ¿Cuánto hace que estás embarazada?

-Ja, ¿Cuánto hace que estás embarazada?, maldito cobarde.

-Te he dicho que sujetes esa lengua, ¿es mío?

-No maldito seas es MIA.

Evaglauca

CAPITULO III

Llevaba tres días soñando lo mismo, lo cual empezaba a preocuparla nunca antes había tenido un sueño tan real, ni un presentimiento tan fuerte. Tanta agua corriendo por sus pesadillas la ponían tensa porque inconscientemente le hacían pensar en los ojos del padre del ser que latía dentro de ella.

Además de los sueños de mal agüero, le preocupaba que Beatriz no diese señales de vida, después de su último encuentro habían quedado en verse una semana más tarde, pero de eso ya hacía dos y la incertidumbre estaba empezando hacer mella en su ánimo.


Decidió acercase al Castillo, e intentar saber algo de la condesa a través de alguno de sus sirvientes. Cuando vio los crespones negros en medio de las banderas a media hasta en la fachada de piedra, casi no le hizo falta oír el relato desconsolado en voz de la cocinera de cómo la pobre Beatriz había muerto ahogada en el lago tres días antes.

Al abrir los ojos, lo primero que vio fue a la atribulada cocinera y unos cuantos sirvientes más haciéndole aire para reanimarla, se levantó diciendo que ya se encontraba mejor y que debía irse, puesto que no quería que le cogiese la noche antes de llegar a casa.


En el camino de regreso a casa, su cabeza estaba en plena ebullición, por un lado se culpaba por no hacer caso de sus presagios y por otro pensaba en como iba a afrontar su embarazo y la posterior crianza de su hija porque desde el principio tenia la intuición de que sería niña. Iba tan inmersa en sus pensamientos que no notó que la seguían, ella solo pensaba una y otra vez que estaba en el punto de partida.


Evaglauca

EL PACTO

EL PACTO


CAPITULO II


Primero le sobrevino una alegría inmensa al saberse en su nuevo estado, pero conforme
avanzaban los días, la inquietud se apoderó de ella.
-¿Cómo se tomarían la noticia, los lugareños tan aferrados a una fe que condena, todo lo que se sale de sus reglas?
Y su embarazo se salía, valla si se salía.

Sabia que podría ocultarlo unos seis meses, pero no mucho más, así que empezó a fraguar un plan, puesto que no quería alejarse ni de su jardín ni de su casa.

Cual torbellino las ideas se arremolinaban en su mente, por un lado le complacía, tener a alguien a quién transmitir todos sus conocimientos como hizo su madre con ella, pero por otra parte recordó lo sola que se sentía cuando todos la arrinconaban canturreando, hechicera, hechicera. Tardó mucho tiempo en crecer y darse cuenta que no todos somos iguales, y que aunque nos parecemos mucho, no ser exacto al rebaño a veces se paga a un alto precio.

Entonces se acordó de Beatriz, hacía tres años que la visitaba regularmente, para que le proporcionase algún remedio, para poder darle un hijo al Conde, el cual a su vez andaba más atareado en la caza que en engendrar un primogénito.

Pensó que si convencía a Beatriz para que fingiese un embarazo, ambas conseguirían su propósito, Jimena daría a su bebé la oportunidad de criarse en un ambiente más o menos normal, y la Condesa, no tendría que preocuparse de ser despreciada debido a su condición de estéril.

Una semana después de esos pensamientos llamaron a su puerta. Cuando la vio en el lindar de la puerta envuelta en lágrimas de desesperación, no dudó, tras servirle una infusión para que se reanimara le explicó su situación y le propuso el trato. Al principio Beatriz dudó, pero después de pensarlo unos minutos accedió sellando un pacto de silencio con Jimena para el resto de sus días.

Evaglauca

EL JARDIN DE LAS MANDRÁGORAS

EL JARDIN DE LAS MANDRÁGORAS


CAPITULO I


En el centro de un espeso bosque de eucaliptus se hallaba el hogar del ser más bello y temido de todo el condado.
Las paredes ,oscuras por el humo de las velas y el hogar donde siempre bullía un puchero con algún bebedizo para paliar dolencias tanto del cuerpo visible como el intangible,le habían hecho ganar a Jimena el sobrenombre de la Bella hechicera.
Los lugareños la apreciaban tanto como la temían. Aunque siempre se mostró amable y solícita ante cualquier consulta dando solución con sus elixires a casi todos los problemas, hubo alguna persona que no desaprovechó su aspecto reservado y distante para crear falsos rumores, puesto que la belleza de la que era poseedora desencadenaba un sentimiento de envidia y celos, propios de aquellos seres que, esclavos de su propia mezquindad, no soportan la competencia.
Aunque no ignoraba las calumnias que la tildaban de bruja ni era ajena al riesgo que esos falsos testimonios entrañaban, sabía que no corría ningún riesgo, puesto que a más de una Dama le proporcionó las gotas necesarias para deshacerse de molestas semillas venidas del Señor equivocado, así como algún caballero le otorgó con dos simples hojas de su jardín el poder de amar sin tregua a varias Damas durante toda una noche.

Lo que más le gustaba a la Bella Hechicera era cuidar de su jardín, un espacio rectangular acotado por pomos de menta, hierbabuena y mejorana dispuestos de modo estratégico para mitigar el hedor de su gran tesoro: setenta y siete filas de mandrágoras. Ése y no otro era el lugar donde ella se sentía más cómoda. A pesar de que las hojas eran anchas y muy rugosas, las manos de Jimena se habían acostumbrado a su áspero tacto, así como su nariz ignoraba sus flores malolientes y campaniformes. Todo era perdonable, porque contemplar el florido y particular terreno a la luz de la luna llena era un espectáculo inexplicablemente bello a la par que mágico. Las pequeñas mandrágoras parecían cantar a la luz de la reina de la noche, ofreciendo una serenata única e inaudita sólo apta para los oídos y los ojos que sabían y podían apreciarlo.

Cierto día, a la hora que las estrellas palidecen y el sol se despereza, mientras preparaba un ungüento para las agrietadas manos del viejo herrero, se le cayó al suelo el frasco donde guardaba la esencia de jengibre. No quiso dar mucha importancia al incidente, pero no dejó por ello de sentirse inquieta.

Todo sucedió tan rápidamente que no tuvo tiempo de reaccionar: el volar ruidoso de las aves, seguido del estruendo de un caballo al galope. Cuando quiso darse cuenta, tenía una daga en el cuello y un salvaje encima, abriéndose paso entre sus ropas y su sorpresa.
No sabe por qué la dejó viva, aunque nunca olvidará la mirada de aguamarina helada que atravesó sus ojos negros y su alma. Cuando pudo ponerse en pie no quedaba ni rastro del jinete ni de la montura, sólo la amarga sensación de haber sido tomada por un ser oscuro, y triste.
Dos semanas más tarde tuvo la certeza de que el desafortunado encuentro no sólo torturaría sus recuerdos, si no que crecía dentro de su ser. Podría haberse deshecho de esa simiente gris en un abrir y cerrar de ojos pero decidió que sólo es malo lo que se juzga y sentencia sin dar oportunidad de defenderse. Con la luz, el agua y los cuidados necesarios, hasta la planta más fea puede ser hermosa cuando florece, y además ella quería una nueva jardinera que le ayudara a cuidar del bello y misterioso Jardín de Mandrágoras.


Evaglauca