Detrás del horizonte
Acababa de asomar el sol, en un cielo que parecía ansioso por jugar con él, entre jirones de nubes blancas.
Sus ojos se perdían en un horizonte que había quedado por delante del final de su mirada, casi siempre era así, desde niña sus ojos eran capaces de correr por detrás del horizonte, como si pudiesen sacarla del trozo de mundo que le había tocado vivir, como si la parsimonia de la rutina no carcomiera su alma con el eterno plagio del día a día.
Pero aquella mañana era distinta, aunque el café y sus legañas fuesen como las de siempre, en un rincón de la cocina, ajena a su contenido, permanecía su vieja maleta.
Esa maltrecha maleta, cansada de ser arrastrada cada verano, por andenes que jamás la llevaban más allá de un lugar, pero incapaz de traspasar horizontes.
Después de tantos años queriendo huir de su vida, ahora que por fin, casi lo había conseguido, se daba cuenta de que uno no puede escapar de su destino.
De pié en el anden, con el corazón derribado por el peso de los sueños rotos, pero con la esperanza de los que no se rinden, sujetando una maleta , como si ella pudiese llevarla a la salvación , tuvo la certeza de que su vida estaba repleta de horizontes que que tal vez oscurecieran y que nunca valoró lo suficiente.
El tren la mecía dulcemente, como si quisiera protegerla antes de enfrentarse a la realidad, de una sala de Quimioterapia.Conectada a un gotero, en una habitación decorada para parecer amable, empezó una batalla con sus ojos corriendo detrás del horizonte.
Evaglauca
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